Hoy es un buen día para inaugurar una nueva sección en este blog: 'Fogonazos Ochenteros'. En ella trataremos de recopilar algunas de las secuencias fílmicas que por su contenido, influencias, y potencial dan una justa medida de lo que fue la década de los 80. Esta época, caracterizada por la bonanza económica en los países más desarrollados, fue plasmada en diferentes películas americanas sobre una atmósfera de lo más 'cool', trasladándonos a un ambiente típicamente universitario y repleto de esos estímulos que tanto inquietaban las mentes del público adolescente: El camino más corto hacia la iniciación sexual, la búsqueda y consecución del éxito rápido, las drogas y su influencia devastadora, la necesidad de sentirse aceptado en un grupo (de todos es sabido que la proliferación de tribus urbanas basadas en determinados códigos sociolingüísticos era y es algo habitual) o la importancia de transmitir una serie de valores haciendo uso de un estilismo en ocasiones sobrecargado en lo que a vestimenta y maquillaje se refiere (¿Ganas de llamar la atención?).
Una serie de elementos ornamentaban el envoltorio de este tipo de cintas, como el grafismo penetrante en los títulos de inicio en compañía de ritmos pegadizos e imágenes sugerentes, un cóctel claramente identificado con el campo publicitario y la cultura del videoclip. Las tendencias musicales de la época se inclinaron en bastantes casos hacia una utilización desmedida de recursos tecnológicos, una vez radicada la figura del ordenador en los estudios de grabación, haciendo que su facturación no dejara de ser de lo más artificial (aunque he de reconocer que me gustan algunos grupos 'Techno', para qué nos vamos a engañar!).
Tras repasar de alguna manera varios aspectos sobresalientes que contribuyeron a la imagen de toda una década, en este primer viaje en el tiempo nos adentramos en el año 1985 para revisar un largometraje dirigido por Rob Reiner: 'Juegos de Amor en la Universidad' (The Sure Thing).
Walter Gibson (John Cusack, en otro de sus reiterados papeles) está convencido de que para llevarse a una chica al huerto simplemente basta con ser original y tener algo de rostro (no en vano, su colega de borracheras es el mejor ejemplo de ello, aunque no el más indicado para conseguir que te tomen en serio). Una vez en la Universidad la cosa es mucho más complicada y deberá tomar una decisión: Dejarse llevar por los sueños húmedos o bien reeducarse en ese aspecto para conseguir llamar la atención de la chica más sosa de su clase.
He querido reflejar a través de dos fogonazos ese espíritu que impregna el carácter ganador del personaje central de la película, capaz de jugar sus cartas y obtener un resultado sencillamente lamentable...:
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